Recopiladas las últimas palabras de 500 condenados a muerte






Una vez cada 22 días, más o menos, el Estado de Texas acaba con la vida de uno de sus presos en su prisión de Huntsville, el centro que más humanos ejecuta legalmente en Estados Unidos. Son generalmente asesinos a los que la justicia ha encontrado culpables y, también generalmente, pasan una media de una década esperando el día en el que llegue la inyección letal que ponga fin a su encarcelamiento.


Sus muertes son motivo de protesta entre las muchas organizaciones internacionales que abogan contra la pena de muerte, pero eso no es lo único que las hace diferentes. También saben con certeza el momento en el que van a fallecer y lo hacen rodeados de gente.


Por eso son de las pocas personas que pueden elegir conscientemente sus últimas palabras sabiendo que estas se van a escuchar y van a acabar en un informe por los tiempos de los tiempos. De hecho, basta con entrar en la página web del Departamento de Justicia Criminal de Texas para leer estos informes y saber cómo se despiden estas personas de la vida.




A esto, precisamente, se ha dedicado John Millward, un autoproclamado detective de ideas que ha reunido, en su blog, las últimas palabras de los últimos 478 condenados a muerte. Sus conclusiones han sido escalofriantes. Se encuentran multitud de presos, tumbados en esa posición mesiánica que requiere la mesa de ejecuciones, a los que ya se les han inyectado la pócima letal que acabará con ellos y que no saben reaccionar a la enormidad de lo que tienen por delante pero que luchan por dejar una última marca desesperada en el mundo antes de dejarlo para siempre.


"Solo pido que la familia me perdone. No sé por qué lo hice. No entiendo por qué lo hice. Espero que podáis vivir vuestras vidas sin odio", decía, por ejemplo, Michael Sidala antes de morir en febrero de 2010. Había matado a un hombre y luego había violado y matado a su mujer. Otros son más inconexos: "Que Dios se apiade de todos nosotros. Por favor no os odiéis unos a otros porque...", murmulló R. Charm, muerto en julio de 2011 después de haber ido a casa de su vecina a pedir azúcar y haberla violado.


Otros, sin embargo, rozan el absurdo. Preguntado si tenía algunas últimas palabras, J. Jackson contestó: "Pues no lo sé. Eh, no sé qué decir. No lo sé... Hola qué tal". Justo después de su broma, este hombre que había violado, atracado y asesinado a una niña de 13 años, murió.




Otro hombre, R. Hernandez, murió en enero de 2012 con un alarde similar de bravuconería: "¿Ya le habéis dado? Voy a irme a dormir. Luego os veo a todos. Dios santo, cómo escuece esto". V. Gutiérrez, que mató a un hombre de 40 años mientras robaba un coche y pagó por ello con su vida en marzo de 2007, también usó sus últimas palabras para bromear: "¿Dónde está mi doble de cuerpo cuando lo necesito?".


Hay estadísticas escalofriantes alrededor de estos decesos. Las frases de dos palabras, tres en inglés, más usadas antes de morir son: "Te quiero...", "gracias por...", "siento que..." y "me gustaría...". La palabra más usada es amor, seguida de familia, gracias, perdón y Dios. Lo cual ilustra otros datos: la edad de la mayoría de los muertos por pena de muerte es 39 años, y cada caso cuesta unos 2,3 millones de dólares, tres veces más que encarcelar a alguien durante 40 años. Hay cinco prisioneros a los que se les otorga amnistía cada año y un 88% de expertos que opinan que la pena de muerte no reduce el número de asesinatos.


Para lo que sí sirve la pena de muerte, por lo menos, es para conseguir momentos de contrición que, finalmente, se antojan inútiles (se puede debatir la utilidad de que un hombre se arrepienta de su crimen si no tiene la oportunidad de ejercitar su arrepentimiento) pero no están exentos de belleza.


Le pasó a J. Moore, que murió en enero de 2007 después de disparar a un policía en la cara cuatro veces. Empezó a desvariar: "Jennifer, ¿dónde estás? Lo siento. Solo conocí a este hombre durante unos segundos antes de matarlo. Lo hice por miedo, por estupidez, por inmadurez. No fue hasta que no vi su cara en el periódico que vi su sonrisa y que era un buen hombre".


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